Sé buena: hazme caso
Esto fue lo que me dijo mi jefe ayer. Esta fue su respuesta a mis objeciones.
Discutíamos la mejor manera de afrontar el pago de unas deudas. Yo proponía ser racional, él propuso que yo fuera buena y le hiciera caso.
Mi jefe es un hombre más o menos razonable, con el que me llevo bien, inteligente, padre responsable de dos hijas guapísimas, director financiero de un estudio de arquitectura en alza. Un señor que se confiesa de izquierdas y que se considera no machista. Sin embargo ¿le habría dicho a alguno de sus empleados masculinos: sé bueno, hazme caso? No.
Le contesté que tenía derecho a pedirme que le hiciera caso, pero que no tenía derecho a pedirme que fuera buena. Y que nada tenían que ver lo uno con lo otro. Repitió que fuera buena. Pero mi oficio, mi profesión y mi cometido en la empresa en la que trabajo no es ser buena, es ser eficaz. Me pregunto si pretendía apelar a mi sentido de culpa judeocristiana (culpa por no tener hijos y pasarme la vida trabajando), o si todo era mucho más terrible y más simple: soy una mujer y por tanto debo hacer caso. Y cuando hago caso soy buena. Lo que quiere decir que cuando no lo hago soy mala.
Cargo desde ayer con una decepción que ni siquiera sé por qué me ha sorprendido.
En fin.
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